Dungeons and Dragons

La fiebre del sueño (IV)21 min

— Bleeeegh…

— ¿Seguro que se encuentra bien? — preguntó el padre Terkan, viendo cómo el mago de tez oscura no paraba de vomitar apoyado en una pared.

— Sí… no… dame un par de minutos… ¡Ugh! — Grim se llevó las manos a la boca para intentar retener las arcadas, sin éxito.

— ¡Por el amor de Torm, que alguien le indique dónde están las letrinas! — gritó el padre Terkan mientras veía asqueado cómo quedaba el suelo.

— Me hace gracia ver cómo alguien que puede ser capaz de alterar planos y dimensiones, pero no viajar entre ellos — dijo divertida la elfa.

Mientras Grim era dirigido por dos clérigos a un lugar más apartado, Toriok y el resto de sus compañeros relataron al líder de la clerecía la criatura que encontraron, el cómo devoraba globos flotantes que parecían ser sueños y su duro combate.

— Es probable que la persona infectaba muriera cuando ese engendro consumiera el último sueño dentro de su mente — concluyó Toriok.

— Sí, es posible — admitió el padre Terkan. — El caso es que tengo la impresión de haber visto algo relacionado con este comportamiento hace poco… Sí, en un cartel… ¡Ya lo recuerdo! Es un cartel de uno de los bardos que participan en uno de los concursos de las fiestas de la cosecha, donde aparece tocando dentro de la mente de una persona. Quizás no tenga relación, pero deberíais investigarlo por si acaso.

— De acuerdo. De momento vamos a descansar, y mañana seguiremos nuestras investigaciones — dijo Toriok.

Eleith se removió en su lecho, ligeramente inquieta. Con los acontecimientos de los últimos días no había conseguido dormir una noche entera del tirón, y esta vez no iba a ser diferente. Estaba acostumbrada a despertarse de madrugada, pero varias veces seguidas, y mucho menos con alguien a pocos centímetros de distancia.

— ¡¡AAaahh!! — gritó, mientras la figura se incorporaba inmediatamente y le hacía el gesto de callar.

— Silencio, es tarde — susurró el padre Terkan.

— ¿¡Se puede saber qué estaba haciendo!? — preguntó indignada Eleith.

— Roncas. Mucho — contestó secamente Terkan, mientras se giraba para salir de la habitación. Eleith, con los ojos abiertos como platos por lo surrealista de la situación, empezó a notar cómo se le acaloraban las mejillas debido a una mezcla de vergüenza y enfado.

— Por fin alguien ha tenido el valor de decírselo — se escuchó decir a Trenton desde el otro lado de la sala.

— Maldito pervertido — refunfuñó Eleith mientras se giraba en su lecho para intentar volverse a dormir.

Al amanecer del día siguiente, el grupo de aventureros salió a buscar información por la ciudad acerca del bardo que mencionó ayer el padre Terkan. A la media hora ya estaban de vuelta con uno de los carteles para mostrárselo a Terkan y ver qué información adicional podrían obtener.

— ¿Y bien, padre? ¿Se le ocurre algo más que nos pueda ser de utilidad? — preguntó Toriok.

— Pues… la verdad es que no — respondió el padre Terkan.

— Te debo cinco cobres — susurró Grim a Trenton.

— Lo que importa de verdad no es el bardo, sino el laúd que lleva consigo — dijo Zelakyr, apareciendo de la nada. — Ese objeto está maldito de tal manera que ha llegado a tener vida propia. Cualquiera que escuche su melodía, incluso simplemente poniendo su mano sobre él, quedará hechizado a su voluntad. Al bardo le conozco, se llama Yaskier — Ravix se sintió confuso durante un momento al escuchar ese nombre, aunque no supo decir exactamente por qué. — Le conocí en el camino hacia Tryba, y sus dotes musicales valían más para matar ratas y otras plagas que para amenizar una taberna. He escuchado que, sorprendentemente, es uno de los favoritos en el concurso de bardos de la feria de este año.

— Según el cartel, hoy hay un concierto de los participantes en la Taberna del Piojo Miope — indicó el padre Terkan.

— ¿Quién puñetas pone los nombres a los locales de esta ciudad? — susurró Eleith.

— Entonces iremos esta noche — dijo decidido Toriok. — Dispongo de un mapa que indica la localización exacta de la taberna.

— ¿De dónde lo has sacado? — preguntó Ravix.

— Lo he hecho yo — contestó orgulloso. — Es una actividad a la que me dedico en algunos ratos libres.

— ¡No sabía que eras ortógrafo! — gritó Grim mientras le daba una sonora palmada en la espalda al enano.

Una hora antes de empezar el concurso todos ellos ya se encontraban en una buena posición dentro del Piojo Miope para controlar a todos los participantes que rondaran tanto el escenario como los alrededores mientras se preparaban para actuar. O, al menos, esa era la versión oficial, ya que Eleith y Toriok habían retomado su tradicional concurso enano de cervezas para ver quién podía beber más sin perder el conocimiento. Tristemente el concurso quedó en empate cuando Trenton tiró la tercera ronda de ambos al suelo, recordándoles que tenían una misión que hacer.

— El espectáculo está a punto de comenzar. ¿Habéis traído todos los protectores mágicos que nos ha dado el ornitorrinco? — dijo Toriok.

— ¿Ornitorrinco? — preguntó Grim.

— Sí, leñe, el mago.

— Ah, ehm… sí, claro.

— ¿Seguro que funcionarán? — preguntó Ravix.

— Dice que los ha probado contra Eleith y que ha dormido de maravilla — contestó Trenton con una risita.

— Pues no sé qué tendrán de mágico. — bufó Eleith. — A mi me parecen dos ristras de cera añeja…

— Deja de quejarte y póntelos, que esto empieza ya. — cortó Toriok secamente.

Vieron cómo un hombre rechoncho que no se habría lavado en cuarenta lunas se subía con esfuerzo al escenario vestido con unos harapos que hacían pensar que había atracado a un bardo y se había quedado con sus ropajes al ver que no tenía nada más de valor. Comenzó a presentar el concurso, así como a los participantes, dando la casualidad que a quien estaban buscando iba a ser el primero en actuar. Todos tenían puestos sus “protectores mágicos”, excepto Eleith, que parecía tener problemas con ellos.

— No hay manera de que se queden sujetos, siempre se me caen — susurró, empezando a desesperarse.

— ¿Qué? — gritó Toriok.

— ¡Que no me valen! ¡Son muy pequeños! — contestó Eleith, alzando la voz.

— ¿¿QUÉ?? — volvió a decir Toriok.

— ¡¡QUE NO ME ENTRAN!! — vociferó Eleith.

Media taberna se giró, curiosa por averiguar qué es lo que no entraba dónde. Eleith se sonrojó un poco.

— Espera un segundo — dijo Toriok, mientras se quitaba uno de los objetos de sus orejas. — Ahora, ¿qué es lo que dec…?

Su voz se perdió inmediatamente en cuanto escuchó las primeras notas del laúd. Durante el tiempo que habían estado intentando colocarse los tapones que les dio Zelakyr, Yaskier había subido al escenario y comenzado su número, embelesando a la paladina y al enano.

— Genial — bufó Trenton. — ¿Y ahora qué hacemos?

— Tengo una idea. — dijo Grim. — Ayudadme a ponerles los protectores.

Tras cinco minutos forcejeando con las orejas de Eleith, consiguieron que se mantuvieran en su sitio, aunque ambos seguían embelesados por la canción.

— ¿Y ahora? — preguntó Ravix.

— Ahora esto. — Grim se remangó y les soltó una bofetada a cada uno. Para ser un mago y no tener fuerza, el resto del grupo dio gracias por no ser ellos quienes recibieran semejante hostia. Inmediatamente comenzaron a parpadear y a darse cuenta de lo que había ocurrido.

— Grim, a veces eres un jodido genio — dijo riéndose Trenton.

— Vamos a intentar dividirnos en dos grupos, a ver si así hay más suerte — sugirió Toriok mientras aún estaba aturdido, aunque no sabía exactamente por qué.

Trenton ayudó a Grim a moverse entre las sombras del local y el barullo del público, hasta que consiguieron ponerse a la espalda del bardo. Una vez allí, Grim usó su mano de mago para jugar con las clavijas del laúd, de tal manera que Yaskier empezó a desafinar. Extrañado, detuvo su actuación para revisar la afinación de su instrumento.

— Fíjate — dijo Eleith a Toriok. — La gente se está despertando del embelesamiento.

— ¿”Embelesamiento”? ¿En serio tú usas esa palabra?

— Que te den, medio metro.

Yaskier siguió con su actuación, pero Grim volvió a la carga con su mano de mago. Lamentablemente, tras varios usos seguidos, estaba empezando a dejar un rastro mágico visible para aquellos entrenados en las artes arcanas, y ni siquiera Trenton podía ocultar eso.

— Están empezando a ser visibles. — dijo Toriok. — Tenemos que intervenir ya. ¡Sígueme, Eleith!

El clérigo y la paladina fueron directos al escenario mientras el bardo terminaba su actuación, con cierto mosqueo sin saber exactamente por qué. El enano se plantó delante de él antes de que bajara del escenario.

— ¿Sí? — dijo Yaskier.

— Ehm… si… esto… — balbuceó Toriok.

Eleith, viendo que Toriok de repente tenía encefalograma plano y la misma conversación que una ameba, le movió suavemente hacia atrás para tomar la iniciativa.

— Mira, lo que está intentando decirte mi compañero es que tu laúd está maldito y está siendo el origen de la fiebre del sueño que está asolando la ciudad.

— ¿Y creéis que no lo sabía? — contestó Yaskier, riéndose y con un coro de voces en vez de una sola.

— Mierda — dijo Eleith

De repente, Ravix apareció por la espalda del bardo para inmovilizarlo. Eleith, aprovechando la oportunidad, cogió rápidamente una camisa de su equipo e intentó envolver el laúd para arrancárselo de la mano con seguridad, pero el bardo consigue zafarse.

— Ahora sí que me habéis cabreado — dijo Yaskier.

De la nada salió volando un cuchillo que impactó de lleno en la mano del bardo que sujetaba el laúd, cayendo el instrumento al suelo.

— Siempre tengo que venir yo a resolver los problemas de los demás — dijo con aire de superioridad Trenton.

— De nada por hacer de cebo — resopló Eleith.

— ESTO NO HA TERMINADO TODAVÍA — por algún motivo, el laúd todavía tenía control sobre Yaskier, ya que sorprendió a todo el grupo lanzando una Ola Trueno, alcanzándoles de lleno y tumbándoles. Mientras se están levantando, el bardo saca un collar que tiene colgado en su pecho donde se aprecia en su interior un líquido negro que se retuerce continuamente.

— ¡Es el devorador de sueños! — gritó Toriok. — ¡Hay que arrebatárselo!

Al ver que la intención de Yaskier era reventar el colgante para liberar al devorador, cargó con toda su fuerza para evitarlo, agarrándole y soltándole un codazo en toda la boca del estómago que hizo doblarse inmediatamente al bardo. Debido a los reflejos del golpe, el laúd salió volando de sus manos, momento que aprovechó Grim para recogerlo con su mano de mago y escabullirse de la jarana que se estaba montando. Mientras tanto, Toriok y Yaskier forcejeaban, ya que el enano había conseguido atrapar la mano que sujetaba el colgante. En ese momento aparece Trenton por la espalda del bardo y, gracias a la sorpresa, le quita el colgante de las manos. En el momento en el que entra en contacto con el objeto, en su cabeza resuenan las palabras “Estoy a tus órdenes, amo”.

— Mola. — dijo secamente Trenton, mientras se dibujaba una sonrisa en su cara. Eleith, al ver la escena, avisó a sus compañeros:

— ¡Mierda, Trenton está hechizada! ¡Hay que liberarla del embrujo! — dijo, mientras comenzó a cargar con su escudo levantado hacia Trenton. Trenton, que para nada estaba bajo la influencia de ningún hechizo, hizo una finta para esquivar a Eleith sin ningún esfuerzo.

— ¿Se puede saber qué haces? No estoy embrujada, idiota. — Se giró hacia Toriok y Yaskier. — Vamos a terminar con esto de una vez.

Los dos contendientes dejaron de forcejear durante un segundo, intentando entender qué estaba ocurriendo, momento que aprovechó Trenton para apartar de un empujón al enano y reventar su puño en plena mandíbula del bardo, quedando inconsciente al momento.

— No sé qué haría este grupo sin mí, la verdad.

Al instante, el hechizo que tenía embelesado al resto de asistentes de la posada se desvaneció, y en su mente lo que acababa de ocurrir era una especie de espectáculo bastante bueno que llegaba a su fin, por lo que todo el mundo comenzó a aplaudir con euforia. Mientras subía el árbitro del concurso al escenario (eso sí, dando tumbos) para anunciar al siguiente participante, la compañía amordazaba al bardo y se lo llevaba a la trastienda para decidir qué hacer con él. Tras una votación rápida, decidieron que lo mejor por el momento era llevarlo al templo, donde le dejan todavía inconsciente que se recupere bajo vigilancia mientras llevan a tasar el collar y el laúd.

Tras varias vueltas por la ciudad y un par de indicaciones mal seguidas, encuentran una tienda de compra venta de objetos mágicos. Parece que es clandestina, o que no es 100% legal el dueño, ya que por fuera no se ve ningún cartel con el nombre del negocio ni escaparate que muestre el género que tiene. Como les indica la persona que les referencia la tienda, llaman rítmicamente con dos golpes, un golpe y dos golpes finales. Al instante, la puerta se abre hacia una penumbra negra.

— Esto me da muy mal rollo — dijo Grim.

— ¿En serio? Porque a mí me relaja, me siento como si estuviera en una nube mientras me masajean los pies — replicó Eleith. — Anda, tira y entra.

Al acceder, vieron al fondo al tendero que regentaba el local, un humano delgado y algo corto de estatura, que les da la bienvenida efusivamente:

— Adelante, bienvenidos a mi humilde negocio. Si estáis aquí es porque buscáis algo en concreto. ¿Qué necesitáis?

Trenton sacó el laúd y el collar de su alforja y se los mostró al tendero.

— Necesitamos saber el valor de estos dos objetos.

Al tendero empezaron a brillarle los ojos de pura avaricia. Lamentablemente para él, el grupo entero se percató de ello. Tras consultar varios libros para ayudarse en la tasación, les ofreció un total de 3000 piezas de oro por ambos objetos. El grupo se apartó para debatirlo.

— Yo creo que está bien, ¿no? — dijo Eleith. — Cojámoslo y pista.

— Solamente el material del colgante, sin ser mágico, ya vale esas 3000 piezas de oro. Nos está timando. — replicó Trenton.

— Joder, menudo listo el tendero.

— En esa mesa hay entre 5000 y 10000 piezas de oro, por lo que será mejor apretarle las tuercas.

Así comenzó una disputada negociación durante veinte minutos, hasta que el tendero se dio por vencido.

— Mirad, ahora mismo no puedo conseguiros tanto dinero. Lo que puedo hacer es enseñaros una serie de objetos que tengo en la trastienda, por si os interesa algún trueque.

El grupo accedió. Mientras recorrían los pasillos de la parte de atrás, se dieron cuenta que había algún poder mágico en esa tienda, algo que rompía las leyes de la física, ya que era imposible que tuviera tanto recorrido por dentro sabiendo lo poco que ocupaba el edificio por fuera. Al final, llegaron a una sala donde se encontraron dos objetos, cada uno encima de un pedestal con un tapiz rojo como decoración. El primer objeto era una baraja del tarot con un aura mágica tan fuerte que despedía un brillo incluso visible para aquellos que no tenían ninguna habilidad mágica. Según se acercaban, sentían como que su suerte empezaba a incrementarse de manera exponencial. El segundo objeto era una esfera negra en cuyo interior se veían rayos relampagueando de cinco colores diferentes. Al contrario que con la baraja, al acercarse presienten un aura de maldad como nunca antes habían sentido. Al no terminar de llegar a un acuerdo, finalmente aceptan la oferta de 5000 piezas de oro y un grimorio con información de objetos mágicos.

A continuación decidieron ir a comprar una buchaca mágica, el cual es un objeto que permite guardar casi cualquier objeto en su interior, mientras que él mismo puede ser llevado en un bolsillo (algo así como un agujero negro portátil). Mientras se dirigían a un nuevo comercio mágico para adquirirlo, Toriok empezó a refunfuñar.

— No estoy realmente convencido de haber hecho bien al vender el collar. Su presencia es maligna, y ese mercader tiene pinta de que lo va a vender por el triple que le ha costado al primero que pase que necesite algo de control mental.

— ¿Y si te dijera que podemos recuperar ambos objetos? — sugirió Trenton.

— ¿Mmmmm?

— Podríamos hacerles una visita más tarde… en plena noche.

— ¿Ahora se dice visitar en vez de robar? Buen eufemismo.

— Tal vez no te hayas dado cuenta porque solo veías el pedestal, pero la bola negra es infintamente más peligrosa que el collar, y también está allí alojada.

— Y tu quieres ir a arramplar con todo.

— Quizás.

— Prefiero no saber nada. Vamos a hacer una cosa: yo me voy a descansar y que cada uno haga lo que quiera. Ya mañana nos vemos.

— Me parece correcto.

Inmediatamente saltó Eleith a la conversación:

— Si ir a descansar es otro eufemismo de beber en la taberna, yo me voy a descansar contigo.

— ¡Y yo también! — añadió Grim. Y así se marcharon los tres hacia la taberna más cercana, sin mirar atrás. Trenton y Ravix cruzaron miradas, asintieron y dieron media vuelta para volver por donde habían venido.

— Camarero, otra ronda — dijo Toriok.

— ¿Cuántas llevamos ya? — preguntó Eleith.

— Si te tienes en pie, no las suficientes.

— Ese es el espíritu.

El camarero volvió con tres jarras que dejó en la mesa. Cada uno cogió una, brindaron y continuaron bebiendo, justo cuando en ese moment entraron tres guardias que les llamaron la atención.

— Nos buscan — dijo Grim.

— ¿Cómo lo sabes? — preguntó Toriok.

— Porque acaban de barrer con la mirada dos veces la taberna…

— Eso no significa nada.

— … y han detenido la mirada en nosotros…

— Podría ser casualidad.

— … y nos han señalado y se dirigen los tres hacia aquí.

En ese momento, los tres guardias llegaron a su mesa, colocándose cada uno al lado de uno de ellos. Aunque a simple vista no llevaban armas, se les notaba en la forma física y su postura que tampoco las necesitaban. Llevaban todos ellos una armadura de cuero verdosa y un casco con una pluma de decoración, mostrando que formaban parte de un grupo militar concreto desconocido y con un pésimo gusto de la moda. El que parecía ser su jefe (porque era el que más plumas tenía en el casco) comenzó a hablar:

— Saludos. Venimos de parte del señor Thim Ador. Quizás por su nombre no le conozcáis, pero es quien os ha comprado un laúd y un colgante. Cree que no os ha hecho un buen trato y quiere hablar con vosotros otra vez para renegociar las condiciones.

Eleith comenzó a resoplar.

— Mira, un trato es un trato, y este ya ha sido cerrado. ¿Por qué no os sentáis con nosotros y lo “renegociamos” todo aquí, en petit comité?

— No.

— Nunca me habían rechazado de manera tan directa y seca. ¿No será que estás igual de seco en otros lados, verdad?

— No.

— El alma de la fiesta. Anda, sentaos y tomaos algo.

— No. Y os sugerimos que salgáis ahora mismo del local, si no queréis tener problemas.

Los tres compañeros se miraron entre sí, analizaron la situación y milagrosamente llegaron a la misma conclusión.

— Está bien. — dijo Toriok. — Os acompañaremos.

Salieron todos del local, primero los tres aventureros y detrás los tres guardias. Según avanzaban les indicaban por dónde tenían que ir, y de vez en cuando les iban dando algún que otro empujón a cualquiera de ellos.

— ¿Podrías parar de hacer eso, por favor? — dijo Toriok, empezando a encabronarse.

— No.

— Este solo ha aprendido una palabra y no para de gastarla — susurró Eleith.

— Cállate — le dijo el mismo guardia, mientras le daba otro empujón.

— Coño, una palabra nueva — dijo Grim.

— ¡Callaos! — gritó, mientras cada guardia le daba un empujón a cada uno de ellos.

— ¡SE ACABÓ! — vociferó Eleith. — Me tenéis más negra que los cojones de Grim. Esto lo resolvemos aquí y ahora — dijo mientras desenfundaba su escudo y mangual.

— Que así sea — replicó el capitán de los guardias, mientras se ponían en actitud defensiva con los puños por delante.

— Estáis de coña si pretendéis defenderos desarmad…

La réplica de Eleith fue cortada inmediatamente por uno de los guardias, que rápidamente le asestó tres golpes en pleno estómago, dejándola sin aliento y bastante perjudicada.

— ¡Joder, que son monjes! — dijo Toriok, justo antes de recibir la misma somanta de puñetazos que Eleith.

Grim, al ver la situación, intentó resistir la ensalada de hostias que estaba a punto de recibir, pero en el último momento Eleith consiguió interponerse entre él y su atacante con el escudo levantado.

— Nuestro turno — dijo Eleith mientras lanzaba un esputo sanguinoliento al suelo.

Y así comenzó la batalla en la calle que se encontraban en ese momento. Los vecinos, acostumbrados a ese tipo de situaciones, unos cerraron a cal y canto puertas y ventanas mientras otros disfrutaban del espectáculo desde balcones altos y seguros. Al final, dos de los guardias murieron; el tercero, malherido pero consciente, luchaba por respirar.

— ¿Qué hacemos con este? — preguntó Grim.

— De momento, interrogarlo. — dijo Eleith.

— Sí. Y según lo que cuente, ya veremos qué hacemos. Pero que sepas que estoy muy cabreado, y eso no te conviene — sentenció Toriok.

Tras usar las tácticas clásicas de interrogatorios como “bota-en-partes-pudientes” y “dedo-en-herida-recien-abierta”, el guardia les dijo que eran tres hermanos, que solo querían aclarar el tema del trato con el tendero y que no había nadie más. Suplicó por su vida y, gracias a Eleith, le dejaron libre para marcharse.

— Deberíamos ir a echar un ojo a la tienda, quizás encontremos algo más de información o averigüemos por qué tenía tanto interés ese hombre en renegociar con nosotros — dijo Eleith.

— Vale — replicó Toriok. — Aunque tengo la sensación de que el muy cabrón nos ha mentido. Hay algo en mi interior que me dice que no debimos dejarle marchar…

Según llegaron a la tienda, se quedaron agazapados tras una esquina analizando el entorno. Mientras decidían su próxima acción, vieron como un guardia vestido igual que los tres que les sacaron de la taberna salía de la tienda del comerciante.

— Así que tres hermanos y que estaban solos, eh… — susurró riendo Grim.

— ¡Te dije que debíamos matarlos, y no me hiciste ni puñetero caso! — le increpó Toriok a Eleith.

— Mira, no me jodas que tú se supone que eres legal bueno, eh. — replicó Eleith.

Mientras volaban las pullas entre ellos y decidían su próxima acción, se escucharon una serie de explosiones que provenían de dentro de la tienda. De repente, un brillo en forma de círculo empezó a brillar en una de las paredes de manera muy intensa, pasando rápidamente el rojo al naranja, amarillo y blanco, momento en el que estalló en mil pedazos el trozo de muro. Mientras llovían cascotes, vieron cómo salían corriendo del agujero recién creado Ravix y Trenton. Al verles, les gritaron:

— ¡Corred! ¡Tenemos que largarnos!

— Sí, desde luego, no pienso quedarme tras ver este estropicio — respondió Toriok.

— ¡Cállate, enano, no lo entiendes! ¡Hay que irse de la ciudad AHORA MISMO! — contestó Trenton.

— ¿¿¿Se puede saber qué habéis liado???

— ¡NO! ¡Hay que conseguir unas monturas y largarse YA!

Con el salvoconducto consiguieron encontrar una caballeriza donde solicitar “prestados” un caballo para cada integrante del grupo. Al atravesar las puertas de la cuidad y llevar ya una hora de camino sin decir una palabra, Eleith hizo un tiento.

— ¿Y bien? ¿Se puede saber qué ha pasado?

— No, hasta que estemos a una distancia prudencial — contestó Trenton.

— ¿Todo lo que llevamos no es suficiente?

— No.

— ¿Y qué pasa con la recompensa que nos debía el Padre Terkan? — preguntó Grim.

— Olvídate de ella.

— ¿¿Pero qué habéis hecho que sea tan grave como para robar unas monturas y salir huyendo de una ciudad, dejando abandonada una recompensa de un trabajo ya hecho?? — inquirió Toriok.

— ¿Conoces al Loto Blanco?

— No.

— Yo sí. Y les hemos jodido.

— “Hemos”.

— Somos un equipo, ¿no? Para lo bueno y para lo malo.

— Eso es más un matrimonio, y no estamos casados.

— Mala suerte.

Y Trenton comenzó a relatar quiénes eran los miembros del Loto Blanco, y por qué había que huir tan repentinamente de la ciudad.