El Minero Cansado estaba hasta arriba de gente, sin embargo era un lugar bastante tranquilo. Sadgrum no destacaba precisamente por su alegría.
– ¿Quieres dejar de chequearme el pulso cada dos por tres? – soltó con un bufido Broj.
– Admiro que estés tan tranquilo, pero todavía no sabemos lo que te hizo ese acólito – parecía él, pero más apesadumbrado y lento de reflejos.
– ¿Y quieres saber si voy a convertirme en un zombie?
Antes de contestar hice una breve pausa.
– A lo mejor te sale un tercer ojo – creía que era mejor quitarle hierro al asunto y para mi sorpresa sonrió. Como no dijo nada, seguí – ¿Unas patas de cabra? ¡Un cuerno de unicornio!
Me miró en silencio mientras, lentamente, hizo una peineta y se la puso a modo de cuerno. No pude evitar reírme.
Acabamos nuestra cerveza y pedimos otra ronda cuando escuchamos un gran alboroto proveniente de la calle. Al salir vimos un gran grupo de aldeanos, armados con antorchas y picos, que corrían hacia la entrada de la aldea. Nos dispusimos a seguirles cuando Zwarty asomó por la puerta.
– ¡Eh, vosotros dos! Pienso cobrarme esas cervezas en cuanto volváis. ¡Y no prometo que estén frías! – a la obesa tabernera no se le pasaba ni una, pero sabía que en el fondo era su manera de decirnos: “más os vale volver, ese asunto parece feo”.
Le lancé una moneda y le guiñé un ojo. A lo que sonrió satisfecha. Me caía bien esa mujer. No debía haber sido fácil regentar el negocio ella sola.
Seguimos a los aldeanos que salieron del pueblo y siguieron el camino hasta llegar a la entrada del bosque cerca de Strontfort. Allí esperaba otro grupo igual de grande de hombres armados con garrotes y dagas. Por la manera de vestir, formaban parte del grupo de bandidos que nos habían atacado días atrás en los campos quemados. Los dirigía un tipo enorme, de sonrisa podrida, que llevaba el tatuaje de un cuervo negro en la calva.
– Agradezco la cálida bienvenida, pero ¿dónde está mi carbón? – apuntó el cabecilla con total tranquilidad, como si los picos que le apuntaban fueran juguetes para niños.
La contestación inmediata de los aldeanos fue una mezcla de insultos y gritos. A lo que el bandido respondió con un garrozato que le aplastó la cara a uno de los pobres que estaban en primera fila. Asustados, el resto empezó a correr en varias direcciones, seguidos por varios bandidos. Mientras se desataba el caos, nosotros avanzamos hacia el líder. Alguien debía plantarle cara.
Tras quitarnos de encima, sin mucha dificultad, a los dos tipos que intentaban flanquearnos, el líder me asestó un golpe que me dejó aturdida en el suelo por un momento. Al recobrar la conciencia, vi que había alcanzado a Broj. Le estaba dando una buena paliza, pues estaba trastabillando en el suelo, mientras el otro se limitaba a mirarle de pie, jactándose mientras reía a pleno pulmón. Habíamos subestimado la fuerza de ese bruto, pero era momento de contraatacar por la espalda. Intenté acercarme a hurtadillas. Mal. No fui lo suficientemente rápida o silenciosa (o ambas). Se giró en un abrir y cerrar de ojos y forcejeamos. Aún así conseguí asestar un golpe en las costillas.
– Eso ya no hace tanta gracia, ¿eh? – intenté ganar tiempo y conseguí rozar con la espada su brazo antes de que éste la desviara con el garrote.
Broj ya se había colocado en pie y le apuntaba con el arco, pero la cuerda se soltó y la flecha cayó como una pluma al suelo. Le miré sorprendida. Momento en el que el bandido aprovechó para huir adentrándose en el bosque.
– ¿Qué ha sido eso?
– ¡No preguntes y corre! – salió disparado mientras volvía a recolocar la cuerda.
Le seguimos por los estrechos senderos del bosque, a veces difíciles de distinguir con la maleza. Un pequeño giro hizo que le perdiéramos de vista, aunque sus huellas se distinguían perfectamente en la tierra húmeda. El camino nos condujo a una zona despejada en el que se habían reagrupado parte de los aldeanos, ahora envalentonados al ver que el líder corría solo por el bosque. Al vernos hicieron el gesto de acompañarnos. Otro silbó hacía los árboles y recibió de vuelta un par de silbidos más. Pocos segundos después, salieron cuatro aldeanos de entre los árboles que se unieron al grupo. Continuamos a ritmo rápido siguiendo el sendero. Por suerte no encontramos ninguna bifurcación, así que no había necesidad de dividirse.
El terreno empezó a ser cada vez más desnivelado, pues la pendiente del bosque crecía. No me gustaba, desde ahí abajo no teníamos visibilidad. En cambio, si se ellos se habían posicionado en la parte superior resultaría el lugar perfecto para una em…
– ¡Emboscada! – gritó alguien. No me dio tiempo ni a decir lo que pensaba en voz alta.
Nos defendimos como pudimos. Algunos hombres cayeron por el camino, pero seguimos con determinación hacia delante. Uno de los bandidos casi me alcanza, pero en el último momento di un paso rápido al lado y usé uno de los troncos como escudo. Sonreí al ver como el bandido se estampaba de morros con la inercia de su propio ataque. Adiós dientes, pensé.
El camino volvió a allanarse y poco después un claro pequeño asomó, para dar paso a una explanada aún mayor. Ahí estaba. El jefe de los bandidos se había reunido con gran parte de sus hombres. Por suerte, los aldeanos supervivientes esta vez se mantuvieron firmes. Estábamos todos preparados. No íbamos a subestimarle una vez más.
Mientras los aldeanos se enfrentaban a los bandidos, Broj y yo volvimos a la carga hacia el jefe, esta vez en un perfecto ataque coordinado hasta que cayó al suelo, tiñendo la tierra de rojo. Broj se quedó su garrote como obsequio, parecía tan contento que pensé que iba a ponerse a saltar. Para mi pesar no lo hizo, me habría reído. En su lugar tanteó el arma dando varios golpes al aire. Yo me fijé en un pequeño broche con el emblema de un cuervo y lo cogí para averiguar más sobre los bandidos.
De vuelta a la taberna le enseñé el emblema del cuervo a Zwarty. Sabía que ella podría ayudarme. Me explicó que eran ladrones provenientes de Strontfort. Estos «cuervos», como se hacían llamar, al conocer que las causas del cierre de la mina no habían sido por la falta de carbón, vinieron con la intención de obtener sus recursos a toda costa. De hecho, muchos aldeanos habían recibido amenazas o habían sido asaltados. Lo que no sabían los muy idiotas era que de no caer en el bosque, posiblemente habrían encontrado la muerte en esa mina del infierno.


