Historia Inicial,  La Llamada de Cthulhu,  One Shot

Persiguiendo papeles (I)6 min

William formaba parte de la Sociedad para la Exploración de lo Inexplicable desde hace cinco años. Quizás no era el más curtido de los investigadores, pero se defendía muy bien. Aquel día, le habían asignado un caso de lo más peculiar. Estaban robando una serie de libros en casa de los Kimball, todos de la colección del señor Douglas, que casualmente llevaba meses desaparecido. Su sobrino, Thomas, requería lo que él llamaba un investigador de «mente abierta», para que se encargara del tema. Obviamente no iba a acudir a la policía por el robo de unos libros que no tenían más valor que el puramente sentimental. Y, ya de paso, quizás podría arrojar algo de luz a la desaparición de su tío. William raramente rechazaba un trabajo, así que, sin perder tiempo, hizo las maletas y se dirigió a Arnoldsburg. 

***

No le costó mucho encontrar la modesta casa de los Kimball. El propio Thomas le recibió en la puerta y le ofreció pasar al salón donde le contó todos los detalles sobre el robo y la desaparición. Le ofreció un humilde dormitorio donde poder permanecer el tiempo que durara la investigación, además de un salario aceptable por los servicios prestados. Lo que fuera necesario para resolver aquel misterio. 

– Es muy amable por su parte – dijo con sinceridad William – lo aceptaré de buen grado. Si no le importa, dejaré mis cosas antes de empezar.

– Por supuesto – respondió Thomas mientras le acompañaba a su habitación – Avíseme si le surge alguna pregunta más.  

La estancia era agradable, pero esperaba no tener que alargarse demasiado. Mientras se aseaba, algunas cuestiones asomaban en su mente. ¿Qué tenían de especial esos libros? ¿Y la desaparición? ¿Simplemente una mañana ya no estaba? ¿Y si su sobrino se equivocaba y se había enemistado con alguien? Había trabajo que hacer. Así que en cuanto terminó, bajó las escaleras.

Thomas le guio un poco por la casa, no muy grande y decorada con buen gusto. Terminaron en el estudio de Douglas, que permanecía tal y como éste lo había dejado. Algunos huecos eran claramente visibles allí donde faltaban los tomos robados, pero no parecía tener sentido. Al ladrón le parecía interesar tanto la historia, como la novela de ficción, la filosofía o incluso una simple enciclopedia.

– ¿Han forzado la entrada u otra entrada a la casa? 

– Nada que yo haya advertido. 

Examinó las ventanas. Tras un rápido vistazo pudo ver cómo esas cerraduras podrían haber sido fácilmente manipuladas con un poco de fuerza desde fuera. Abrió la ventana de par en par, que curiosamente estaba al nivel del suelo, y se asomó para observar los alrededores. Ninguna casa alrededor. La de Kimball era claramente la casa más apartada del resto. Lo más cercano era el cementerio. Menos posibilidades de que fuera un vecino, más facilidad para pasar inadvertido

– ¿Le importa? – preguntó William señalando el escritorio. 

– Adelante, busque y mire todo lo que quiera. De hecho, debo atender otros asuntos, pero estaré justo al lado si me necesita. – Thomas salió de la habitación, dejándolo a sus anchas. 

El escritorio era un caos de papeles y anotaciones sin tampoco relación aparente con los libros desaparecidos. Abrió los cajones. Más papeles y material de oficina. Pero muy al fondo, olvidado y casi inadvertido, estaba el diario personal de Douglas. Leyó las entradas más recientes; la fecha coincidía con la anterior a la de su desaparición. Douglas hablaba vagamente sobre tomar una decisión y unirse a sus amigos de abajo. ¿Deseaba morir? Siguió ojeando el diario, esta vez con las entradas más antiguas. Bocetos y anotaciones sobre la existencia de unos túneles bajo el cementerio. Interesante.   

William había pasado gran parte del día enfrascado con el diario, pero aún le quedaba tiempo para una rápida vuelta por el vecindario para hablar con los vecinos. A cualquiera que preguntara decía lo mismo, incluida la cotilla de la señora O’Dell. ¡Santa paciencia! ¡Maldito momento en el que le abordó esa mujer! Todos hablaban de la amabilidad del Sr. Douglas y su desmesurada afición a la lectura. Parecía que el hombre cada vez pasaba más tiempo entre sus libros que en la vida real. Y nada sabían acerca de la existencia de unos túneles subterráneos en el cementerio. De hecho, al sacar el tema muchos le miraron con cara extrañada. Otros se reían de la posibilidad de túneles secretos, como si fuera cosa de películas. 

 ***

Al día siguiente, William preguntó a Thomas si su tío tenía algún lugar por el que tuviera predilección o que visitara con frecuencia, a lo que no supo contestar con exactitud. El sobrino del año. Así que se decidió por la opción que le pareció más obvia por el momento: la biblioteca. 

Al llegar y después de unas breves presentaciones, el bibliotecario le acompañó a varias de las secciones que le gustaba consultar a Douglas. Lo que reafirmó lo que ya sabía: era un hombre intelectual y versado en gran variedad de temas. Sin embargo, nada le daba una pista nueva que seguir. Pasado un rato, el bibliotecario, al ver la cara mustia de William, se acercó para hacerle una sugerencia. 

– ¿Sabe que conservamos copias del periódico local? Quizás allí encuentre algún artículo de su interés, sea lo que sea que esté buscando. – le propuso.  

¿Y qué estoy buscando? Se preguntaba. En todo caso, valía la pena probar. El bibliotecario le acompañó a una pequeña sección apartada del resto y le dejó con sus pensamientos. Su ánimo pronto bajó en picado en cuanto vio la gran pila de cajas de ejemplares separados por meses y años. 

Resultó ser una pérdida de tiempo. Nada. Empezaba a dolerle la cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaba allí con la nariz metida en los papeles? Fue plantearse la duda cuando se apagaron las luces de golpe. Extrañado puso rumbo a la salida guiándose como pudo con la poca luz que entraba de la calle. Cuando llegó a las puertas de entrada no conseguía dar crédito a lo que le acababa de suceder: había pasado la hora de cierre y el bibliotecario se lo había dejado olvidado en la sección de periodismo. ¡Y encerrado! Pensó en forzar la puerta, pero eso dejaba pruebas. Era cierto que técnicamente estaba dentro, pero no era un criminal. Así que probó a asomarse por las ventanas, para ver si con suerte, alguien de la calle conseguía escucharle, pero no la hubo. En su cabeza estaba viendo con total nitidez a Molly, su exnovia, riéndose de él y llamándole fracasado. Esa zorra.

Resignado y de mal humor cogió dos sillas. Se sentó en una y puso la otra en frente para poder estirar las piernas. Se acomodó como buenamente pudo en las rígidas sillas.