Tras terminar su relato, Brand se dio media vuelta y se marchó sin despedirse, dejando a Neeya y Ankor asimilando toda la información que acababan de recibir. Al cabo de unos segundos, Ankor abrió la boca:
– ¿Tú que opinas de todo esto?
– Creo que hay más de lo que podíamos esperar. Y también creo que vamos a tener que investigar más en profundidad esta ciudad, porque oculta más de lo que parece. Si no, es posible que nos encontremos en desventaja más adelante.
– Estoy de acuerdo. ¿A dónde vamos ahora?
– Podríamos echar un ojo a esa tienda de suministros que hemos pasado antes. Quizás tengan algo de equipo que nos pueda servir más adelante.
– No tenemos ni idea aún de qué nos vamos a encontrar más adelante, pero, ¿por qué no?
– Menos humos, mediano. Recuerda que la del sarcasmo soy yo.
– ¿Y ya por eso tienes el monopolio, o qué? – Ankor sonrió, se encogió de hombros y comenzó a caminar en dirección a la tienda.
Al llegar, se encontraron con bastante ajetreo debido a una carreta que estaban descargando dos hombres jóvenes que llevaban un atuendo bastante similar, por lo que supusieron que eran empleados de allí. En la entrada se veía un cartel desgastado por las inclemencias del tiempo que ponía «Suministros Barthen». Entraron en la tienda y vieron a un hombre de unos cincuenta años que iba despachando clientes a grito pelado. Decidieron esperar a que se vaciara un poco más la tienda para poder hablar tranquilamente con él.
– AQUÍ TIENES. GRACIAS POR VENIR. ¡EH, VOSOTROS DOS! ¿HABÉIS TERMINADO DE MIRAR O QUÉ? ¿QUÉ QUERÉIS?
Ankor y Neeya avanzaron hacia el mostrador, no sin antes esquivar unos cuantos perdigonazos que salían peligrosamente de la boca del hombre.
– Hola, buenas. Queríamos sab…
– HABLAD MÁS ALTO, QUE ESTOY UN POCO SORDO Y SI NO NO OS ESCUCHO BIEN.
– Eeeeeeestá bieeeeeen. – Ambos subieron el tono. – ¿Así mejor?
– SÍ, GRACIAS.
– Buenas de nuevo. Acabamos de llegar a la ciudad, y queríamos saber de qué productos dispone, así como hacerle algunas preguntas.
– OH, FORASTEROS, MUY BIEN. BIENVENIDOS A «SUMINISTROS BARTHEN». YO SOY EL DUEÑO, ELMAR BARTHER, Y OS PUEDO PROPORCIONAR CUALQUIER OBJETO QUE NECESITÉIS MIENTRAS NO SEA DE LUJO, ARMAS O ARMADURAS. PARA ESO TENDRÉIS QUE IR AL BAZAR ESCUDO DE LEÓN.
Tras un rato mirando, no vieron nada que se planteasen comprar.
– ¿Qué podría contarnos de esta ciudad?
– EN LA PARTE ESTE, EN EL CAMINO HACIA TRIJABAL, SE ENCUENTRAN LAS RUINAS DE CONYBERRY, UN PUEBLO SAQUEADO POR BÁRBAROS QUE PODRÍA TENER EN SU TEMPLO ORO ESCONDIDO POR LOS LUGAREÑOS, PERO NADIE HA ENCONTRADO NADA QUE YO SEPA.
– ¿De cuánto oro estamos hablando? – preguntó Ankor.
– NI IDEA. QUIZÁS TODO LO QUE TENÍAN EN AQUEL MOMENTO.
– ¿Y está seguro que nadie ha encontrada nada todav… – Ankor expulsó de golpe todo el aire que tenía en el estómago debido al rodillazo que le propinó Neeya para cortar la conversación y volver al tema que les concernía.
– ¿Y sabe algo o le suena el nombre de Ignadur?
– NO. PARA NADA.
– Gracias, y perdone las molestias.
Salieron a la calle mientras Ankor seguía tosiendo, intentando recuperar el aliento y la compostura mientras se lamentaba en voz alta:
– ¿Podré… entrar… a algún local… en esta… ciudad… sin que… me vapuleen… ?
Neeya le ignoró y se fue directa al Bazar Escudo de León, antes de que anocheciera.
Llegaron con las últimas luces del día, pero parecía ser que eso no era un problema para el negocio, ya que no tenía ningún signo de estar cerrando. Pese al tamaño del pueblo, disponía de un catálogo respetable de armas y armaduras. En cuanto se acercaron al mostrador, una señora de unos cincuenta años entrada en carnes les saludó:
– ¡Bienvenidos! Soy Línene Vientogrís, y regento el Escudo de León. ¿Qué necesitáis?
– Un taburete para mi amig…¡ay! – gritó Neeya tras recibir un pisotón en el meñique del pie por por parte de Ankor.
– Buenas, encantados. Nosotros somos Neeya y Ankor, y estábamos recolectando información sobre algo llamado Ignadur. ¿Le suena?
– Mmm… no, lo siento. ¿Es un herrero de armaduras?
– No exactamente.
– ¿Un nuevo estilo de espadas?
– No.
– Entonces ni idea, lo siento.
– De acuerdo, gracias.
Salieron del local y, mientras iban repasando todo lo que habían averiguado hasta el momento, se cruzaron con un lugareño calvo, vestido con harapos y que llevaba un cartel colgado al cuello donde aparecía escrito «Jasper», que no paraba de dar gritos:
– ¡APIADAOS DE VUESTROS PECADOS, PUES LA FURIA DE TYR ESTÁ AL CAER PARA FULMINAR A TODOS LOS QUE NO LLEVEN PANTALONES DE PANA UN DÍA DE CADA TRES!
Ankor y Neeya se quedaron mirando, el primero un poco perplejo y la otra divertida. Entonces se apartaron un poco del centro de la calle y Neeya le susurró a su compañero:
– ¿No crees que deberíamos probar suerte con él?
– ¿Estás de coña?
– A veces los locos son los más lúcidos – dijo, encogiéndose de hombros.
– Yo paso.
– Pues nada entonces.
Dedicaron un último momento a ver cómo aquel tarado giraba la calle mientras seguía en su mundo particular y, de este modo, se despidieron en silencio del loco Jasper. En vista de la hora que era, y con el cansancio acumulado de todo el día, ambos se retiraron a descansar a la posada para proseguir al día siguiente investigando el misterio de Ignadur.


