Solo unos pocos habitantes residían actualmente en la aldea y sus rostros hablaban por sí solos. Después de los últimos acontecimientos posiblemente se preguntaban si debían abandonar Sadgrum definitivamente. Quién les iba a culpar si lo hicieran, aunque posiblemente no tenían otro sitio donde caer muertos.
A las afueras nos topamos con el templo dedicado a la Santa Tríade. Estaba un poco apartado de la aldea, pero no nos llevaría mucho tiempo hacer una pequeña ofrenda. Siempre era bueno contar con el favor de los Dioses. A medida que nos acercábamos pudimos distinguir el estado del edificio, que más que un templo, parecía un montón de piedras apiladas y abandonadas a su suerte.
– ¿A dónde ha ido el techo? – dije casi a la vez que me tropezaba con los trozos desperdigados por el suelo.
– Este sitio está hecho una mierda.
Mirase donde mirase no cabía duda de que hacía tiempo que el templo había sido abandonado, incluso por los mismísimos Dioses. Una pérdida de tiempo.
– Me ha encantado la visita turística, pero mejor nos vamos antes de que se caiga algo más.
De camino al centro de la aldea pasamos por una gran extensión de cultivos en el que estaban trabajando un grupo de hombres, a cual más hastiado. Broj llamó mi atención con un toque en el brazo y me señaló la casa cercana, se distinguía el escudo familiar, era la casa de Amalís. Habíamos oído hablar mucho de ella. Nadie sabía exactamente de dónde obtenía su riqueza, pero desde luego dinero no le faltaba. Como dueña del terreno se enorgullecía de ofrecer trabajo a los necesitados, pero lo que realmente conseguían era deslomarse por unas míseras monedas. Odiaba a la gente como ella. No lo pude evitar, un sentimiento empezó a crecer. Mi infancia se había caracterizado por un puñado de situaciones similares.
– ¿Sabes que nadie ha robado en esa casa y ha vivido para contarlo? – dijo mientras una sonrisa asomaba en sus labios. Broj me conocía bien y sabía que me moría por darle una lección de humildad de la única manera que Amalís conocía, el dinero.
– Acepto el reto – dije sin pensar.
Fue una decisión totalmente impulsiva, vamos, lo habitual en mí. Broj por su parte, tampoco se caracterizaba por ser una persona que evaluara bien los riesgos. Juntos éramos como la cerilla y la pólvora. El milagro era que a esas alturas los dos siguiéramos vivos. Puede que precisamente lo inesperado y absurdo de nuestras acciones nos llevara al éxito. O simplemente teníamos una flor en el culo.
Nos acercamos para ver mejor qué nos esperaba. Vale. Un muro alto y una casa fuertemente custodiada con guardas y perros. ¿Qué podía salir mal? TODO.
Y obviamente no salió del todo bien.
El sigilo no era lo nuestro. Llegamos a entrar, pero lo siguiente que sucedió fue abrirnos paso a golpes porque nos habían descubierto. Puede que en el proceso algunos muebles acabaran destrozados. A pesar de estar en inferioridad numérica, les ganábamos en fuerza y destreza, posiblemente esos guardias solo habían plantado cara a campesinos descontentos. No por ello se defendieron mal, pero nos salimos con la nuestra. Amalís parecía aterrorizada y los trabajadores de la zona nos miraron sin poder evitar una sonrisa mientras abandonamos el lugar. Si quedaba algún guardia en pie no nos iba a seguir, pero tampoco pensábamos volver.
– Eso podría haber salido bastante peor – dije con esfuerzo – No sé dónde guardaría el dinero, pero al menos se ha llevado un buen susto – hice una pausa para coger algo de la bolsa – y he conseguido esto.
Saqué una vieja joya de familia que había encontrado en la casa.
– No está mal. Yo he cogido esto por el camino.
Vi cómo sacaba un trozo de embutido.
– ¿Qué cojones?
– ¿Qué? – sin darle mayor importancia le dio un bocado – Tenía hambre.


