Hellora

La semilla de Sadgrum (III)5 min

Un nuevo amanecer. El sol asomaba tímidamente por el horizonte, tapado por unas densas nubes que cubrían el cielo. Todo apuntaba a que iba a ser una mañana oscura.

Decidimos visitar los campos quemados de los que nos había hablado nuestro cliente. El desastre sobrevino en mitad de la noche, no se había salvado absolutamente nada, ni una sola parcela. La imagen era desoladora. Todo quemado en un abrir y cerrar de ojos. 

Preguntamos por ahí, pero nadie parecía haber visto nada. La experiencia me decía que hablaban con total sinceridad, estaban tan sorprendidos como nosotros, pero todo era muy extraño. ¿Nadie había visto la gran extensión de llamas, ni el humo, ni el olor que eso debió generar? O dormían como un tronco (y eso que pensaba que nadie podía superar a Broj) o algo raro estaba pasando. 

Advertí algo por el rabillo del ojo.

– ¡Ese espantapájaros se mueve!

– No seas ingenua Noreen. 

Espantapájaros o no, salió corriendo hacia la arboleda. Y nosotros detrás de él hasta que conseguimos alcanzarlo. Resultó ser un tipo andrajoso y mal aseado, no era de extrañar que lo hubiera confundido solo con un vistazo rápido. Nos fijamos en que había desenfundado una espada. Tan pronto como nos colocamos en posición de defensa, otros hombres salieron de entre el follaje. Era obvio que no le habíamos atrapado, se había dejado coger en aquel punto porque sabía que estaría cubierto por sus amigos. Eran bandidos y habíamos caído de lleno en la trampa. 

No nos quedó otra que luchar contra ellos. Esquivé como pude una estocada que iba directa hacía mí y espada en mano, empecé a repartir cortes. Broj me cubría las espaldas a una distancia prudencial con el arco, hasta que finalmente acabamos con ellos. 

Cerca de la zona divisamos su campamento y lo revisamos de arriba a abajo. 

– Seis tristes monedas de oro. ¿En serio? – dijo con frustración. 

– Tampoco hay ningún indicio que indique que ellos fueran los responsables del fuego. ¿Qué opinas? – le pregunté. 

– Seis monedas… – seguía con lo suyo – no servís ni para moriros – luego se giró para responderme, tenía mis dudas, pero me había escuchado – no sé si esta gente es tan inteligente como para eso y tampoco tenían motivos. 

– Estoy de acuerdo. Creo que poco más podemos hacer aquí. Un poco más al sur están los árboles frutales. La podredumbre crece en ellos de manera exponencial. Podríamos pasar por la taberna de camino para descansar un poco e irnos a investigar esa zona. 

– Vamos entonces. Detrás de ti – dijo abriéndome el paso con las manos en una cómica reverencia. 

Aunque no lo vi, sé que aprovechó la ocasión para mirarme el trasero. Sonreí para mis adentros. 

***

Al llegar al bosque de árboles descubrimos un grupo grande de hombres furiosos discutiendo. Se distinguían dos bandos, todos parecían ser vecinos de Sadgrum, pero unos llevaban herramientas de labranza y de la mina, mientras que los otros espadas y dagas. No tardaron en empezar a luchar entre ellos. 

Lo nuestro no era quedarnos de brazos cruzados y mirar. Por lo general, uno no subestimaba el poder de perforación de un pico, sin embargo no nos parecía un combate justo. Así que saltamos al combate apoyando a los campesinos equipados con herramientas… Bueno, corrijo, salté. Broj se quedó en la retaguardia con su arco, pero se limitó a observar cómo repartía a diestro y siniestro sin mucho esfuerzo, con ayuda del resto de campesinos.

– ¿Piensas hacer algo? – le grité. 

– Si lo haces muy bien – vió como solté una patada para desequilibrar a uno de ellos y otro tajo – Creo que voy a ir a por palomitas. 

¿Palo-qué? Era obvio que se estaba divirtiendo y que si realmente estuviera en peligro ya hubiera intervenido. Solo quedaba uno y me libré de él sin dificultad.

– EZ – gritó con júbilo Broj, mientras yo le lanzaba una mirada inquisidora. 

Entre los cadáveres distinguimos el escudo de la familia Amalís. ¡Vaya! Y como buenos guardias de la terrateniente iban bien cargados de monedas. Al fin nuestra suerte había dado un giro.

Hablamos con el grupo. Parecía que la codicia y fuerza bruta de esa mujer no conocían límites. No llevaba bien que decidieras romper un contrato, aunque éste estuviera basado en la explotación. Don y Adrel, los hermanos Baddera, pidieron unirse a nosotros en muestra de agradecimiento. Les advertimos del peligro que podían correr, pero aun así insistieron y aceptamos de buen grado. Don parecía bastante fornido, se le veía confiado. Adrel, el más joven, me miró de arriba a abajo con una mezcla de admiración y miedo. Era delgado y no parecía mucha cosa, pero le echaba valor. No quiso separarse de mi lado en todo el camino. 

– Peeeerfecto, tengo un fan – dije irónicamente en voz baja para que solo me oyera Broj, quien se puso a reir. 

Respecto al fenómeno de los árboles, no nos pudieron decir nada que no supiéramos ya. Tampoco encontramos nada que nos llamara la atención o nos indicara que estaba pasando exactamente allí. Ya era suficiente. Volvimos a la posada y acordamos un punto de encuentro para pactar por la mañana cuál sería nuestro siguiente paso.