El incidente en la mina nos había dejado destrozados. Debíamos curar nuestras heridas y recomponernos anímicamente de lo sucedido. Así que tuvimos que dedicar el tiempo necesario para hacerlo. Eso provocó que los aldeanos empezaran a mirarnos con mala cara, les daba igual que estuviéramos abatidos. Habían puesto todas sus esperanzas en nosotros y vernos de brazos cruzados no mejoraba nuestra reputación. Me habría gustado verles ahí dentro. Esas ratas no eran normales.
Apenas habíamos visto a Adrel desde el incidente, quisimos darle nuestro apoyo, pero se encerró en sí mismo. Era lógico que aún necesitara tiempo para asimilarlo. Casi no tuvimos tiempo para conocer a Don, pero parecía un buen tipo. Para nuestra sorpresa, una mañana Adrel apareció por la taberna y vino derecho a nosotros.
– ¿Cuándo volvemos? – algo había cambiado en su actitud.
– ¿Perdón? – preguntó Broj sorprendido.
– ¿Hace falta que lo deletree? – insistió.
– Adrel, nosotros estamos lo suficiente tarados para volver allí, pero entenderemos perfectamente que no quieras volver. Nadie va a juzgarte por ello – dije realmente lo que pensaba.
– Ya no tengo nada que perder, no me queda nadie. Si voy a morir, quiero que al menos tenga un sentido. Que no sea por haberme quedado de brazos cruzados mientras Sadgrum se va a la mierda.
Entendía como se sentía, posiblemente la compañía de Broj era la única variable constante en mi vida. Vivíamos la vida tal y como nos venía, viajando con lo que podíamos cargar encima. Sin hogar y sin pensar demasiado en el futuro. Posiblemente nuestra mutua compañía y la batalla era lo único que conocíamos.
– De acuerdo. Partiremos en breve, asegúrate de tenerlo todo listo.
Mientras se marchaba recordé lo afortunada que era. Nuestra suerte podía cambiar en cualquier momento, pero por el momento, ahí estábamos los dos. Miré a Broj:
– Te he dicho que esas cicatrices te hacen todavía un hombre más interesante… – y seguidamente me acerqué para besarle.
***
Volvimos a las minas con toda la determinación que pudimos. Recorrimos el camino volviendo por los pasillos y salas, contra todo pronóstico, sin muchos incidentes. ¿A dónde había ido ese montón de ratas? Incluso habían desaparecido los restos calcinados de las paredes y del suelo de la habitación donde había muerto Don. Aunque fuimos conscientes de ello, ninguno de los tres quiso hacer alusión al hecho, pero todos pensábamos lo mismo: ¡qué narices estaba pasando ahí!
Descendimos un nivel más. Y ahí estaban, nuestras amigas las ratas, con sus ojos inyectados en sangre. Por suerte esta vez no eran muchas y les dimos su merecido, el resto conseguimos ahuyentarlas con el fuego de la antorcha.
Seguimos avanzando con cuidado por los túneles y salas. Poco después noté cómo algo me atrapaba e inmovilizaba, una especie de red de hilos enorme que me cubría por completo.
– ¡Arañas! – gritó Adrel.
A duras penas vi descender del techo la que me había atrapado. Mientras al fondo del pasillo, aparecieron dos más, enormes, que parecían iluminadas con una especie de ¿fosforescencia? Aquello era nuevo.
– ¿En serio? Por qué siempre me cogen a mi la primera – pensé en voz alta mientras intentaba moverme.
Broj no se lo pensó. Una flecha tras otra se clavaban en la araña gigante que descendía y cayó fulminada al suelo antes de que me atacara con su aguijón. Luego me liberó de la red, mientras Adrel se enfrentaba al resto. El chico se defendía bien, al conocerlo por primera vez pensé que era un “tirillas», pero me había equivocado de lleno. Una vez libres nos acercamos para ayudarle y terminar el combate.
Seguimos avanzando en la profundidad de las minas, no sin tropezar por el camino con unas cuantas arañas, murciélagos y ratas. Putas ratas. Llegado a este punto ya las odiaba. Cuánto más nos adentrábamos más salían.
Después de un pasillo largo en forma de L, conseguimos llegar a una sala enorme. En su interior, realizando una especie de ritual, había tres apóstatas. Auténticos siervos del Mal. Eso explicaba muchas cosas.
– Esto… ¿Hola? Siento interrumpidos en vuestra tarea de pintar dibujitos en el suelo, sacrificar vacas con vuestras dagas molonas curvas, o lo que sea que hagáis para hacer el Mal, pero esto se acaba ya – posiblemente no era mi mejor discurso.
Se giraron para mirarnos. No les había hecho ninguna gracia. Sin mediar palabra uno de ellos invocó un portal del que empezaron a salir intermitentemente todo tipo de criaturas con las que nos habíamos topado ya en el camino. El segundo se dirigió hacia nosotros. El tercero pareció volver a lo que estaba haciendo, por lo visto estaba convencido de que no llegaríamos a alcanzarle nunca.
– ¿Ni siquiera un discursito altivo sobre lo malotes que sois? Qué aburridos.
La batalla fue bastante dura. Apenas podíamos contener las criaturas que se acercaban mientras parábamos los golpes de uno de los apóstatas. Adrel y yo decidimos centrarnos en las alimañas, mientras Broj apuntaba al primer apóstata con el arco. Tras un par de intentos, lo atravesó con una flecha en plena cabeza y seguidamente se volvió para reforzar nuestro ataque. Aproveché el momento. Me adelanté para acercarme al que invocaba el portal, pero alguien me apartó del camino con brusquedad. Fue Adrel. Tuvo que empujarme para esquivar una araña que asomó de un rincón oscuro del que no se veía nada. No tuve tiempo para nada más, tras la caída, vi que me hacía un gesto afirmativo conforme estaba bien, así que avancé hacia el apóstata. Intentó lanzarme una especie de hechizo, lo falló y le ensarté con la espada. El portal inmediatamente se cerró. Solo quedaba uno en pie. Broj terminó con el apóstata que se había quedado en la zona del ritual, que sin ningún tipo de apoyo, lanzó a la desesperada algún tipo de maldición justo antes de morir.
Habíamos sobrevivido, pero ¿a qué precio? Todo me dolía. Miré a mi alrededor. Broj no se sentía bien, pero seguía en pie. Algo le había hecho el apóstata. Iba a preguntarle justo cuando Adrel se desplomó en el suelo. Noté que se tapaba una buena herida. En seguida supe qué había pasado.
– La araña… Joder, joder, joder… – estaba claro que le había alcanzado, pero no quiso decir nada – Saldremos de aquí en seguida y te trataremos eso.
Así lo hicimos, salimos cargando con él como pudimos, pero su estado empeoraba por momentos. Broj también me tenía preocupado, pero resolveríamos ese problema al llegar a la aldea y después informaríamos de la presencia de los apóstatas en la mina.
Pocos días después, Adrel murió a causa del veneno de la araña, no pudimos hacer nada. Yo me sentía culpable, al fin y al cabo, había muerto por salvarme la vida. Y en cuanto a Broj, todavía no habíamos conseguido quitarle la maldición. Poco a poco, notaba como todo empezaba a volverse más oscuro a mi alrededor.


