La Llamada de Cthulhu,  One Shot

Persiguiendo papeles (II)8 min

La cara del bibliotecario, al abrir las puertas y ver una figura en la oscuridad, fue de auténtico pavor. Primero soltó un grito, seguido de un montón de disculpas en cuanto reconoció a William al encender las luces. Había sido imposible dormir en esas sillas y su humor no podía ir a peor. Así que mejor no tentar a la suerte. Se iría directo a la cama.

El resto del día fue igual de infructuoso. Sentía la espalda tan agarrotada que prefirió fingir que investigaba por los alrededores, pero en realidad, había decidido tomarse el día con calma. Llegada la noche agradeció haberse tomado ese descanso, aunque en el fondo se fue a la cama con la conciencia intranquila.

Al día siguiente le despertaron unos golpes en la puerta. Thomas golpeaba intranquilo la puerta mientras le preguntaba si estaba despierto. Ahora sí, gracias.

– ¡Baje en seguida, por favor! ¡Han vuelto a robar las pertenencias de mi tío!

Genial. Habían entrado en la casa estando yo dentro y ni me he enterado. De repente se sintió muy mayor. Se vistió lo más rápido que pudo y fue directo al estudio. Esta vez se habían dejado la ventana abierta y de nuevo solo habían robado libros. Se fijó en que algunos tomos de colecciones que días atrás estaban incompletas, ahora habían desaparecido. Revisó todavía con más detenimiento los tomos que quedaban. Miró las tapas, buscó entre las páginas, palpó los huecos de la estantería… todo lo que se le ocurrió. Quizás había algún detalle o mensaje oculto que se le había pasado por alto, pero no vio nada raro. ¿La navaja de Ockham? Ya no sé qué pensar. Después de tranquilizar a Thomas decidió acercarse al periódico local. Iba a seguir la búsqueda de los artículos. Allí seguro que alguien podría echarle una mano. Ya había pospuesto demasiado la investigación. 

El Arnoldsburg Advertiser tenía el bullicio y ajetreo que cabía esperarse encontrar. Los empleados iban y venían de un lado a otro totalmente absortos en su trabajo. Se acercó a la secretaria. Haciendo uso de su encanto habitual, consiguió que dejara lo que estaba haciendo para llevarle directo a los impresos que necesitaba consultar. Tras una búsqueda de tiempo razonable, encontró dos artículos de interés. El primero, de hace más de una década, mencionaba a un grupo de gente desnuda retozando por el cementerio. Cuando llegó la policía a la escena no encontró nada, salvo huellas deformes de la actividad que estuvieran haciendo. El segundo era una declaración de la señora Hilda Ward, que actualmente residía en Detroit. Afirmaba haber sido testigo de «la semilla del Diablo» acechando en el camposanto; la describía con aspecto humanoide y rasgos caninos. El artículo jamás llegó a publicarse. Sabía que iba a ser improbable entrevistarse con Hilda, pero quizás la persona que había escrito el artículo podía darle algún detalle más. 

Volvió de nuevo hacia la secretaria y con su mejor sonrisa preguntó por el artículo. Ella le señaló una mesa del fondo en la que había una mujer escribiendo algo en su escritorio. Se acercó mientras ella continuaba con la vista en sus notas. Tuvo que hacer acopio una vez más de su encanto y pareció funcionar. Dos de dos, no he perdido mi toque. Le mencionó el artículo. 

– ¿Sabe por qué razón no llegó a publicarse? 

– Nunca se le dio crédito a la historia. No había ninguna fuente que respaldara las afirmaciones que hacía. La señora Ward era insomne, ¿lo sabe? A saber qué creyó ver. Publicar ese artículo habría perjudicado la imagen del periódico, nuestro trabajo es serio.  

– Por supuesto. ¿Y sabe si hay algún detalle que no fuera anotado en esta entrada?

– Lo dudo – respondió con total seguridad. Algo le decía que estaba siendo sincera. 

Había llegado el momento de visitar el cementerio. Comió algo rápido cerca de la casa de los Kimball y anduvo a paso ligero hacia el lugar. Le sorprendió lo bien cuidado que estaba a pesar de la cantidad de años que tenía ese camposanto. Un poco más adelante vio una figura agachada arrancando las malas hierbas; dedujo que se trataba del guarda. Le saludó, y éste le devolvió una especie de saludo entre murmullos. Trató de llamar su atención, pero el hombre alegó estar ocupado. Se agachó a su lado. 

– Parece que tiene mucha faena, déjeme que le eche una mano con eso. 

– ¿Está de broma? ¿¡Me interrumpe y ahora pretende decirme cómo hacer mi trabajo!? ¡Lárguese de mi vista!

Parece que mi encanto solo funciona con las mujeres. En vista del éxito decidió dar una vuelta por su cuenta, pero sin saber hacia dónde ir exactamente, solo conseguía dar palos de ciego en el inmenso cementerio. No obstante, tras un largo rato, encontró un mausoleo con un montón de marcas alrededor de la puerta. Claramente alguien había estado abriéndola recientemente. Tenía el presentimiento de que esa era la entrada a los túneles que mencionaba Douglas en su diario, pero no quería que le cayera la noche encima. Pensó en volver al día siguiente. Así que regresó hacia a la casa. 

***

Algo le despertó en mitad de la noche. No sabía si fue un ruido o el murmullo de una voz cerca. Inspeccionó la habitación en la oscuridad y se percató de que había una figura en la oscuridad. Cogió la pistola con la que dormía siempre cerca y apuntó al bulto. 

– ¿Quién está ahí?

– Parece muy interesado en el cementerio… – la voz parecía humana, pero de ultratumba.

Cuánto más se acostumbraba su vista a la oscuridad, mejor le parecían percibir los rasgos de la figura que tenía delante. ¿Eso de ahí tenía forma de garra? Un extraño olor empezó a llenar la habitación. 

– Repito. ¿Quién está ahí? – no se atrevía a encender la luz. 

– Soy Douglas Kimball, ¿ahora va a decirme qué hace en la casa de mi sobrino y qué interés tiene en el cementerio? 

– Thomas me contrató para encontrarle, pero parece que ha sucedido justo al revés. 

Encendió la luz pero en seguida se arrepintió de haberlo hecho. La persona que tenía delante encajaba con el rostro de Douglas, pero algo le había pasado. Estaba claramente en una especie de proceso de transformación. En su cara asomaban ciertos rasgos caninos, sus dedos empezaban a parecer más garras que dedos y tenía pezuñas por pies. ¿Eso es un gul? Por un momento se quedó bloqueado. Douglas se limitó a arquear la ceja y observarle. William decidió dejarle hablar, pero volvió a apuntar con el arma por precaución.

La historia que le contó fue sin duda extravagante. Le dijo que estaba harto de su existencia, tan solo quería refugiarse en sus libros. Le fascinaban todos esos mundos a los que le transportaban sus lecturas, pero siempre le interrumpían sus obligaciones o responsabilidades. Así que empezó a irse a leer a la tranquilidad del cementerio. Nadie acostumbraba a frecuentar el lugar, salvo el guarda, así que era el lugar perfecto. Progresivamente sus estancias se fueron alargando en frecuencia y tiempo. A veces leía bien entrada la noche. Hasta que una de ellas, en la oscuridad, empezó a entablar una extraña a amistad con un gul que asomó por el mausoleo cercano a la tumba donde acostumbraba ir a leer. La vida gul cada vez le fascinaba más: no necesitaba comer ni dormir. Y Douglas solo quería sus libros, así que tras meditarlo un tiempo, decidió irse con sus nuevos amigos. El único precio a pagar era la transformación, algo que aceptó encantado. Pero había un problema: los guls iban a sellar la entrada por completo y quería recuperar su colección de libros antes de quedarse indefinidamente en los túneles.

– Solo me queda esta noche. Por favor, no le diga nada a mi sobrino. 

Le costó un tiempo asimilar todo lo que estaba escuchando. Bajó por fin el arma. Algo en la forma en la que hablaba Douglas acerca de los guls le parecía extrañamente atractivo. Debo de estar volviéndome loco. Accedió a su petición. De hecho le ayudó a cargar libros en silencio y le acompañó hasta la puerta del mausoleo para despedirse. Sin embargo, antes de que cerrara definitivamente el acceso, un impulso le hizo frenar el gesto de Douglas. ¿De verdad me estoy planteando esto? Vivo para el trabajo y soy un investigador mediocre. Cuántas veces he querido simplemente desaparecer para ser simplemente yo mismo, sin consecuencias. Una parte de él no se lo podía creer, otra estaba seducida por la idea. Douglas empezaba a impacientarse. Finalmente lo hizo. Entró en la oscuridad del túnel y juntos sellaron la puerta, para no volver jamás. 

***

Tiempo después, un artículo en el periódico anunciaba la desaparición del investigador William Welch, seguida por una pequeña declaración del propio Thomas Kimball. Se anunciaba la contratación del investigador y los motivos de ésta. Citaban: «Desde entonces nadie ha vuelto a robar en mi casa, supongo que lo que fuera que encontró, se lo llevó consigo». El periodista concluyó alegando que la desaparición de ambas personas continuaba siendo una incógnita para la policía.

La publicación de este artículo hizo que algunos vecinos iniciaran rumores acerca de la casa y los que se atrevían a vivir en ella.